jueves, 30 de enero de 2020

"Réplica a Gasparini" - Carlos Ponce Sanginés


Réplica a Gasparini

Por: Carlos Ponce Sanginés
Director del centro de Investigaciones Arqueológicas en Tiwanaku


Separata de la revista “Pumapunku” del Instituto de Cultura Aymara del la H. Municipalidad de La Paz, correspondiente al N° 5

La Paz – Bolivia
1972





1. El Centro de Investigaciones Arqueológicas en Tiwanaku

Desde que la urbe tiwanacota quedara abandonada hacia el año 1200 de nuestra era, ha sufrido innumerables daños, ocasionados tanto por los elementos naturales cuanto por la mano del hombre. En la primera mitad del siglo XVII los clérigos españoles transformaron las ruinas en cantera para la extracción de material lítico destinado a la construcción de la iglesia del pueblo y otras edificaciones. Asimismo, ejecutaron calas en búsqueda de tesoros, que afectaron la pirámide de Akapana y el templo terraplenado de Pumapunku, aunque sin éxito en su desesperación por áureo metal. Entonces y también durante la república se transportaron sillares hasta La Paz para ser empleados en San Francisco y la Catedral. Se sustrajeron piedras para manufacturar muelas de molino y morteros para chocolate. En 1900, vigente el régimen liberal, albañiles especialmente contratados desataron un muro bellamente erigido en Akapana y se cortaron los bloques para incluirlos en varios puentes del ferrocarril Guaqui-La Paz. Piedras talladas yacen todavía en cimientos de casas, en fachadas y aún en las veredas de las calles del cantón Tiwanaku. 

La devastación fue tan intensa que en 1910, un arqueólogo desorientado al contemplar escasos vestigios, exclamó que poco era lo que quedaba visible. A ello hay que sumar los deterioros causados por gente deshonesta que cavaba con el propósito de proveer a los coleccionistas y museos del exterior, de ejemplares de cerámica, de metal y líticos de filiación precolombina. Los repositorios de Praga, de París, de Nueva York, de Gotemburgo, de Berlín, están repletos de ejemplares procedentes de Bolivia y exportados en la primera mitad de la vigente centuria.

Para conjurar panorama tan desolador y deprimente se fundó el 20 de octubre de 1958 el Centro de Investigaciones Arqueológicas en Tiwanaku (sigla CIAT) que por una parte ha realizado labor loable en defensa de la riqueza prehispánica y por otra se ha abocado al estudio concienzudo de la cultura epónima.

El instalar un instituto estable y fijo anexo a las ruinas, proporcionó la innegable ventaja de realizar pesquisas arqueológicas sin solución de continuidad y de magnitud incuestionable. El balance de su actividad desde entonces resulta alentador y francamente positivo. Demostración patente de que cuando se trabaja con
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patriotismo y honradez se puede promover obra de relieve con recursos humanos y financieros netamente nacionales, la cual compite en nivel de calidad con entidades similares de países desarrollados.

El halo de misterio que rodeaba a la cultura indígena de Tiwanaku se va disipando poco a poco. Se ha individualizado una secuencia estratigráfica que comprende cinco épocas, la más antigua la I y la V más reciente. Asimismo, tres estadios de desarrollo, el aldeano, el urbano y el imperial. En sus comienzos Tiwanaku constituyó una pequeña villa, que hacia el primer siglo de nuestra era se transformó en ciudad. Luego se convirtió en la capital de un inmenso imperio, como corolario de expansión de tipo militar, el cual contó con extensión territorial estimada en 600.000 kilómetros cuadrados, abarcando considerable porción de las actuales repúblicas de Perú, Bolivia y Chile. Hacia 1200 DC bruscamente se fraccionó el mencionado imperio en una serie de estados regionales, aunque todavía no se ha precisado la causa de tal disgregación política, con el correspondiente ocaso metropolitano.
Si se ha llegado a rastrear con indudable éxito la trayectoria de la cultura de Tiwanaku, también fue promisor el esfuerzo de estructurar su cronología absoluta por dataciones radiocarbónicas (isótopo radiactivo del Carbono o Carbono 14). En base a 33 muestras examinadas por medio de ese arbitrio cronométrico se ha elucidado la antigüedad. Al respecto se escalonan bien los promedios extractados: 237 antes de nuestra era para la época I, 43 después de Cristo para la II, 299 para la III, 667 para la IV y 1050 para la V. La fecha más remota analizada hasta ahora brindó 1580 AC. Asimismo, se ha aplicado el método de datación de la obsidiana, que estriba en la mensura microscópica de la película de hidratación, habiéndose estudiado 414 secciones delgadas, con guarismos coincidentes con la cronología radiocarbónica. Por último, se han recogido muestras arqueomagnéticas de arcillas quemadas, para el uso del procedimiento de magnetismo termo-remanente, aunque en este rubro todavía no se ha trazado la curva pertinente.

A través de la fotografía aérea se ha identificado a cabalidad el área que ocupaba la antigua ciudad precolombina de Tiwanaku, 4.2. kilómetros cuadrados, que equivale a la mitad de la superficie que cubre Oruro si se quiere formular una comparación ilustrativa. Las más recientes fotografías aéreas fueron tomadas en julio del vigente año y no sólo registran el perímetro de la porción propiamente arqueológica, sino un total de 30 kilómetros cuadrados del valle altiplánico de Tiwanaku.

Satisfactoria la localización de la procedencia del material lítico empleado en las edificaciones prehispánicas y la consecuente identificación de las canteras de andesita, arenisca y basalto. Proyecto interdisciplinario que reunió a arqueólogos y geólogos. Las conclusiones consignadas en dos gruesos tomos, con acogida franca en círculos científicos del exterior.

Un adelanto de importancia radica en la utilización del protón magnetómetro Elsec, que mediante la determinación de la intensidad magnética total, permitirá la prospección de muros y canales hoy en día cubiertos por tierra en la pirámide de Akapana. Se terminará este trabajo dentro de un trimestre. Las miles de lecturas obtenidas serán clasificadas por medio de computadora y luego la graficación concerniente. Es el primer proyecto de tal género en Suraméríca.

El estudio de la metalurgia tiwanacota ha deparado sorpresas. Se ha dilucidado que el cobre se fundía ya en la época I y que el bronce se descubrió en la V.
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El análisis con espectrómetro de emisión ha permitido un conocimiento adecuado del patrón de impurezas de las piezas cobreñas y el probable sitio de extracción de materia prima.

Es imposible aquí enunciar toda la actividad científica del Centro, que tiene genuina jerarquía intelectual.


2.   Una réplica necesaria

Un italiano avecindado en Caracas y con humos de historiador de arte colonial, Graziano Gasparini, ha publicado en el número de "Visión" correspondiente al 7 de octubre un artículo con el epígrafe de "Los desastres de la reconstrucción", pletórico de insidia. No persigue abrir un debate en términos ponderables, dado que el móvil es de índole puramente personal. Rezuma rencor a todas luces, escudado en aparente tecnicismo. Sucede que en 1966 emití un informe desfavorable a él, porque había sido propuesto para integrar una comisión de un organismo internacional como "experto" en turismo, que significaba la jugosa percepción de 6.000 dólares por la permanencia de un mes en nuestro país. Esto en atención a que no era especialista en tal materia y tampoco arqueólogo dedicado a la investigación del período precolombino. Desde entonces abriga un resentimiento superlativo, fenómeno descrito en magistrales páginas por Max Scheler como autointoxicación psíquica. "El punto de partida más importante en la formación del resentimiento es el impulso de venganza", puntualiza el citado autor, coincidiendo con Federico Nietzsche que con precedencia enfocó el tema. La intención del artículo se dirige en este sentido, la búsqueda del desquite a cualquier costo. Pretende en su alicorto panfleto achicar y echar sombras al trabajo que efectúa el Centro de Investigaciones Arqueológicas en Tiwanaku, con argumentación completamente deleznable y endeble, pero en la que hormiguea el gusano del odio alquitarado.

Cabe dejar claramente sentado que Gasparini no es autoridad en arqueología ni en el estudio del período precolombino, menos aún de la región andina. Su campo de acción radica en la historia del arte colonial, de suerte que su opinión carece de validez en terreno fuera de su competencia específica. La ciencia en el momento actual exige especialización y quien incursiona en disciplina ajena impelido por sentimientos distorsionados no cumple la ética del investigador. Y aquí viene a memoria la frase acuñada por un prestigioso escritor: "La envidia hace la tarea mayor: desvía intenciones y propósitos, silencia lo esencial, relieva lo accesorio, busca reducir el diamante a carbón".

Gasparini hoy en día ataca a machamartillo a quienes trabajan en Teotihuacán en México y en Machu Pichu en Perú y con desorbitada saña a los que hemos consagrado los mejores años de nuestra vida a la investigación de la cultura indígena de Tiwanaku. Olvida, sin rubor alguno, que él mismo escribió en 1962 en el número 44 de la revista "Shell", el siguiente párrafo transcrito literalmente y que constituye la mejor defensa: "Desde 1957 el gobierno boliviano creó con gran acierto el Centro de Investigaciones Arqueológicas en Tiwanaku que con gran entusiasmo dirige el arqueólogo Carlos Ponce Sanginés, quien con métodos científicos y una experta colaboración de técnicos, va estableciendo poco a poco la real cronología y la investigación minuciosa de toda el área". Exponente tangible de lo que puede promover la reconcentrada inquina, dado que el parágrafo de Gasparini refuta a Gasparini, destruye su reciente artículo en que quiere forjar una imagen peyorativa, mostrarnos a guisa de conjunto de salvajes e ignaros, como si hubiera algo vergon-

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zoso e innoble. Falta tan sólo que solicite mi ajusticiamiento o la reinstalación de la inquisición para quemarme vivo en la hoguera. Empero, con anterioridad se esmeraba en prodigarme alabanzas…

Gasparini, con malicia, omite la enumeración de todo cuanto se ha investigado con éxito en el plano científico desde que se fundó el CIAT y que se ha registrado en una decena de libros muy bien recibidos en todos los círculos de arqueólogos de América Latina. Acaso para evitar la comparación, en atención a que él jamás ha publicado ningún libro sobre arqueología ni hizo nunca una excavación, ni siquiera somera. Su minúsculo instituto de Caracas –insisto- se enfrasca en la órbita del arte colonial, no en lo prehispánico.
El trabajo en el templo precolombino de Kalasasaya se halla muy avanzado. Falta prácticamente la excavación del sector NO y de las estructuras del patio interior, así como la desyerba y la limpieza del piso del terraplén. Se lo ha efectuado con indudable sacrificio y con recursos económicos reducidos. Sin embargo, conforma el de mayor magnitud en Suramérica. Se lo empezó en 1965 y puede ser concluido el primer trimestre de 1973. Esta circunstancia ha desatado multitud de intereses, tanto en el extranjero como locales, que no descansan en sus tentativas de paralizar la labor a toda costa y siembran obstáculos persistentes. Desean que Bolivia no tenga a la vista un templo tiwanacota realmente imponente, con superficie equivalente a la mitad de la extensión total de Machu Pichu. Valga la oportuna advertencia. De ahí se explica plenamente la afirmación de Gasparini, que refleja su venenoso e íntimo deseo de aniquilación: "Es urgente una intervención oficial a fin de paralizar esos trabajos"... Lógicamente tan descabellado anhelo merece una sonrisa.

Conviene plantear previamente un interrogante. Si Gasparini se encuentra tan preocupado por el patrimonio cultural de Bolivia, ¿por qué no hizo también una declaración pública condenando el saqueo de cuadros y otros objetos coloniales que se está operando, ya que el período virreinal es su rama de actividad? ¿Será acaso porque se ha señalado que en Caracas se localiza el núcleo de "expertos"' que maneja ese tráfico clandestino? Esta omisión ciertamente induce a serias conjeturas, ya que cuando menos ese mutismo denotaría encubrimiento.

3.   La entrada de Kalasasaya

Ahora bien, Gasparini objeta en concreto la restauración de la entrada de Kalasasaya y de la llamada pared halconera. Se desprende entonces su conformidad con la ejecutada en el Templete semi-subterráneo, que dígase de paso se la ha realizado con técnica genuinamente depurada y ejemplar. Asimismo, con todo el resto de la restauración de Kalasasaya, que se ajusta a los mismos patrones. En vista de la limitación de espacio, me circunscribo a la exposición del meollo para justificar ambas restauraciones, ofreciendo para próxima oportunidad información más extensa.

La escalinata de acceso al templo terraplenado precolombino de Kalasasaya, situada en el lado oriental, durante el siglo XIX no se hallaba visible sino bajo tierra. Se conserva una fotografía de 1896 que demuestra lo anterior. Con ulterioridad, en 1903 la descubrió por casualidad el geólogo Courty en la excavación que practicó allí. Créqui-Montfort, jefe de la misión francesa a la que pertenecía aquél, estampó en 1906 corto informe donde anoticiaba el hallazgo, aunque no consignó con
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amplitud los datos correlativos a la excavación como era menester. Sin embargo, señaló que la cubría una capa de tierra de 1.50 metros de espesor. Así permaneció despejada desde entonces.

Tan pronto como inició sus labores el CIAT se procedió al relevamiento cuidadoso y se registró en un plano en escala 1/20 todo cuanto concernía a la misma. Se numeró cada una de las piedras allí yacentes, con un total de 33. Se practicó por añadidura nivelación instrumental para determinar la exacta altura de las mismas, inclusive con relación a un bench mark como referencia, del que se conocía con certeza su altitud sobre el nivel del mar. Se tomó varias fotografías, para completar la documentación gráfica pertinente. La evidencia comprobó que se trataba de una escalinata recta de siete peldaños, los dos superiores esculpidos en un sólo bloque, ubicada entre los pilares P-47 y P-48. En la meseta de ella se apreciaba con nitidez que una parte estaba afectada fuertemente por el intemperismo y otra no. La última de contorno regular, con ángulos perceptibles y conformando figura geométrica. Permitía reconocer que sobre la meseta se había erigido antaño una sólida construcción de gruesos bloques labrados, los cuales innegablemente impidieron con su cara inferior el consiguiente desgaste por acción de los elementos naturales. La porción erosionada por el contrario denotaba que encima no se había colocado ningún lito y por tanto estaba libre. Se identificaba con facilidad la planta de una estructura maciza, cuyas dimensiones se adecuaban perfectamente a un módulo equipolente a 13 cms. de nuestro sistema y que concordaría con una medida de longitud de la metrología tiwanacota. La distribución, por consiguiente, de ninguna manera antojadiza, sino bien planificada. Resaltaba que otrora originalmente existió una portada monumental con su vano y con sus jambas en retallo. En consecuencia, irrebatible la planta de la portada y se puede testimoniarla cualquier instante a través de planos y fotografías.

Negarla entraña una majadería, propia de quien se cubre los ojos con las anteojeras del encono más inverecundo.

El plano de Posnansky (cfr. tomo III, fig. 24 de su obra principal), coincide por entero con el trazado por el CIAT. De manera concomitante el mencionado autor aseguró en 1945: "Hubo sobre la plataforma una superestructura". "Aún en la época de la conquista llevaba parte de aquella edificación sobre la plataforma de la escalera y los bloques que la formaban fueron empleados por el funesto destructor de aquella época en que se edificó la iglesia del pueblo". Que tomen nota los panegiristas del colonialismo español.

En 1937 Edmund Kiss en su libro "Das Sonnentor von Tihuanaku" (fig. 29), apoyándose en el plano de Posnansky diseñó una restauración ideal de la escalinata, mostrando la monumental portada, con mínima diferencia con la restauración verificada por el Centro.
Ahora bien, para determinar la altura de la portada se contaba como elemento de juicio los recortes en el tope de los pilares 47 y 48, que posibilitaban el ensamble del sillar respectivo de la hilada superior de la pared lateral, de la cual también perduraron señales clarísimas. Era obvio el uso de dintel, más aún si se tiene en cuenta que el dominicano Lizárraga allá por 1605 contempló puertas con dintel monolítico en las ruinas de Tiwanaku. La ubicación de éste se corrobora además por la observación astronómica. Acontece que en los equinoccios (21 de marzo y 21 de septiembre) el primer rayo de sol al amanecer sale exactamente al centro de la portada y junto al dintel. Si hubiera error quedaría cubierto (cfr. fig. 48 de mi reciente libro).
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En síntesis, la restauración de la entrada de Kalasasaya ha sido ejecutada en base a documentación. Ni arbitraria, ni fantasiosa. Se fundamenta (1) en la planta cuyos vestigios se perpetuaron de manera indeleble en la meseta de la escalinata; (2) en el módulo discernible, o sea acondicionado a patrón metrológico bien establecido; (3) en la altura comprobable por los recortes del tope de los pilares donde se ensamblaba la pared lateral; (4) en la observación astronómica; (5) en el dato aportado por un cronista que demuestra la presencia de dinteles monolíticos. Por tanto, cacarear que es producto del magín sólo puede hacerlo quien está enceguecido por odio recalcitrante, irritabilidad ahondada por sus conflictos familiares proclives a comentarios amargos.

Debo declarar ante la comunidad científica y ante el pueblo boliviano que he trabajado con seriedad, dedicación y metodología adecuada por la arqueología nacional y en especial por la conservación y estudio de la cultura de Trwanaku desde 1957. Lo he hecho con amor, patriotismo y honradez. Calladamente, sin los oropeles de la propaganda, sin mencionar las numerosas distinciones recibidas del extranjero, sin reproducir comentarios elogiosos. Luchando con constancia por conseguir incremento de los escasos recursos financieros asignados y difundiendo los logros alcanzados por esa estupenda urbe indígena siglos atrás. De ahí que no será un rufián y sus compinches que me arredren. Tampoco la ingratitud me amilanará, porque tengo plena conciencia de mis actos en el campo de la investigación del período precolombino del país. Mi actuación exitosa en congresos arqueológicos ha demostrado mi aporte, trasuntado en más de una decena de libros y otras publicaciones menores (cinco premiados con la faja verde a la mejor producción nacional científica en 1964, 1969, 1970, 1971 y 1972), con vasta circulación internacional. Y si antes no había un instituto especializado, ahora si lo hay, gracias al esfuerzo de mis colaboradores y al mío propio. Todos juntos vencimos condiciones duras y con retribuciones modestísimas; vivimos con humildad, pero con la satisfacción del deber cumplido con la patria. Entretanto los detractores se enriquecían a manos llenas al calor de la privanza y a su olfato para los negociados.

Y aquí a propósito cabe glosar un pensamiento de José Ingenieros: "La dicha de los inteligentes martiriza a los eunucos vertiendo en su corazón gotas de hiel que Io amargan por toda la existencia. Las palabras y las muecas del envidioso se pierden en la ciénaga donde se arrastra, como silbidos de reptiles que saludan el vuelo sereno del águila que pasa en la altura. Sin oírlos".


4.   La pared balconera

En lo atinente a la llamada pared balconera (o Chunchukala según la topo-nimia local), Gasparini con mala fe de inquisidor enreda las cosas. Presume que consistía tan sólo en un alineamiento de menhires y que todo lo demás es fruto de nuestro caletre.
Conviene apuntar que la excavación sistemática practicada en ese sector evidenció la presencia de un muro pétreo compuesto por diez gigantescos machones (numerados como P-147 a 138 en el plano), nueve erguidos y uno desplomado (P-139). Asimismo que los mismos descansaban sobre un zócalo de grandes y pesados bloques de arenisca roja, dispuestos en sentido horizontal, todos intactos salvo el que correspondía al pilar caído y que se hallaba quebrado. No se localizó
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[pág. 80, reverso de ilustración, en blanco]


cimiento propiamente dicho, de suerte que los referidos bloques se apoyaban de modo directo encima del suelo primitivo. Ahora bien, junto a los machones 147, 146 y 143 yacían sillares in situ. Demostración patente de que en el espacio que mediaba entre uno y otro pilar se dispuso antaño sillares acomodados en hiladas y trabados valiéndose de cuñas líticas rectangulares introducidas en muescas labradas ex profeso. Tan ingenioso artificio servía para mantenerlos firmes, exponente acertado de la tecnología tiwanacota que permitió resolver el problema con elegancia. Cumple agregar que en sus caras laterales los machones poseían una especie de ranura o rebajo vertical para el ensamble de la lengüeta de los sillares que empalmaban. Se puede asegurar que el muro tenía solidez considerable. Además, en el tope de los pilares se divisa recortes, en donde encajaban a presión sillares, de modo que las hiladas alcanzaron con seguridad hasta la indicada altura. Así como perduró parcialmente el paramento exterior, aconteció algo semejante con el interior.

Se cuenta al efecto con fehacientes y minuciosos planos en escala 1/20, dibujos y abundantes fotografías que documentan gráficamente, fuera de las notas de excavación que conforman el registro escrito. Se puede, por consiguiente, enunciar sin asomo de duda que la llamada pared balconera fue imponente muro lítico, compuesto por pilares de andesita negruzca y de hiladas de sillares de andesita de tono claro en el espacio intermedio entre ellos, percibiéndose un contraste de color, más vigoroso antaño cuando el intemperismo afectó menos. También confirmada la presencia del zócalo de litos de arenisca roja.

Era necesaria la restauración en atención a que siendo el templo de Kalasasaya terraplenado, la tierra corría el riesgo de ser arrastrada desde la plataforma hacia afuera por acción pluvial y desmoronarse. Asimismo, si se dejaba los pilares aislados con sólo la cantidad de sillares que perduraron, corría peligro también la estabilidad de los mismos. Por último, se posee suficientes elementos de juicio para conocer con precisión que el muro tenía hiladas de sillares. El material con que se completó es también andesita y se distingue perfectamente del antiguo para evitar confusión. En consecuencia, es ingenuo hablar de falsificación. El procedimiento adoptado usual en cualquier restauración arqueológica. Me remito a la multitud de edificios prehispánicos restaurados en México y Guatemala. La restauración es permisible para completar aquello que faltaba a un monumento arqueológico y sobre el cual se tiene la documentación pertinente que sirve para conocer sus características. Así conserva su unidad potencial.

No está por demás asentar que durante la excavación del mencionado sector, se descubrió una capa de astillas de andesita, que correspondía al momento en que los españoles convirtieron el muro en una especie de cantera para extraer y cortar material lítico para sus edificaciones, quizá para la construcción de la iglesia del pueblo. Los pilares se salvaron por la dificultad que entrañaba trizarlos. Esto sucedió aproximadamente en la primera mitad del siglo XVII. Varios de los cronistas coloniales describen con admiración el referido muro, con precedencia a su devastación. Acerca de las depredaciones hispánicas en Tiwanaku para proveerse de piedras de las ruinas, es ilustrativo el relato pormenorizado del obispo Castro y del Castillo (1651).

La diferencia entre el muro en cuestión y los muros de contención norte, sur y parte del oeste de Kalasasaya radica en que fue erigido en la época IV de Tiwanaku, cuando llegó a su apogeo la perfección arquitectónica, en tanto que éstos datan de la época III en que la ejecución era más tosca.
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No se ha incurrido en ningún despropósito. Tampoco se ha cometido la infracción de normas convencionales. Empero, se debe acotar que todavía no existe un manual amplio de restauración arqueológica de edificios precolombinos, con cuerpo de prescripciones detalladas y exhaustivas. Igualmente, los países latinoamericanos tampoco han signado oficialmente ningún convenio sobre la materia. Solamente se cuenta con algunas declaraciones sobre monumentos "históricos" y a nivel de técnicos, muy elementales y a veces hasta con pasajes confusos. Es obvio que en tal aspecto no tengo responsabilidad, ya que se trata de un esfuerzo que precisa el concurso de todos los estudiosos del período prehispánico que moran en el nuevo continente.

La restauración arqueológica es todavía un arte, en contraposición con otros capítulos de la arqueología de cariz íntegramente científico. Hasta ahora funciona en base a la aceptación de algunas normas a las que se adhieren los interesados; de enunciados que se cree bien fundados, que en el fondo conducirían a una tesis fáctica y de lineamiento convencional. Susceptibles los postulados de modificación en cualquier momento. La restauración es un modelo probable, por consiguiente sujeto a un grado de credibilidad y a un grado de dudosidad (para utilizar palabras de Russell). No tiene todavía una teoría de validez universal y queda muchísimo por elaborar en los aspectos lógico y epistemológico, así como deslindar sus concomitancias con los juicios de valor. De ahí se desprende que no se ha dicho todo sobre ella, que deriva en absurdo entenderla como dogma. Es evidente que han variado conceptos desde los decenios precedentes y que se irán modificando en el futuro. No se puede negar también la vinculación de los monumentos con la idea de función social que deben desempeñar, que de seguro se intensificará en el porvenir.

La restauración conlleva siempre algo de controversial, ya que depende de saber hasta donde llevarla. "Es más seguro hacer muy poco; el que nada arriesga nada pierde, pero tampoco gana nada. Estas demasiado tímidas dejan el edificio en tal estado de ruina, que casi de nada sirven y sólo lo conservan. Hay que recordar que lo que nos interesa no es una ruina, sino el edificio tal como era en sus buenos tiempos". "De ahí que la restauración persiga dos fines fundamentales, además de otros secundarios: conservar el edificio o ciudad para el futuro; es decir, conservar nuestro patrimonio artístico y permitir al visitante entenderlo, enseñándoselo lo más parecido posible a lo que fue antes de su abandono. El arqueólogo tiene la obligación de dejar sus monumentos en una forma inteligible al visitante no especialista, que incluye desde el prehistoriador hasta el simple turista". Y estas frases las rubricó un insigne arqueólogo mexicano, Ignacio Bernal, cuya labor se aprecia en Monte Albán (Oaxaca).

Cada edificio prehistórico tiene problemática propia y la restauración por tanto sus peculiaridades intrínsecas a cada uno. No se puede englobarlos a todos como una unidad ni pasarlos por el mismo rasero. Tampoco son similares los de data precolombina y los históricos que pertenecen a la colonia. Las pautas para ambos no pueden ser asimismo idénticas. De lo expuesto se infiere que se requiere criterio flexible, no cerrado y enceguecido como el de los inquisidores fanáticos.

Las observaciones de Gasparini han sido confutadas. Rutinarias y fruto de la mediocridad y del resentimiento. "Los rutinarios razonan con la lógica de los de-
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más. Disciplinados por el deseo ajeno, encajónanse en su casillero social como reclutas. Son dóciles a la presión, maleables bajo el peso de la opinión pública que los achata como inflexible laminador. Reducidos a vanas sombras, viven del juicio ajeno; se ignoran a sí mismos, limitándose a creerse como los creen los demás. Los hombres excelentes, en cambio desdeñan la opinión ajena, en la justa proporción en que respetan la propia, siempre más severa".


La Paz, noviembre de '1972.
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Nota: Reproducido de "El Diario" (Suplemento Literario), La Paz, 12 de noviembre de 1972, páginas 3 y 4. Asimismo en "Los Tiempos", Cochabamba 26 de noviembre de 1972, Segunda Sección. Por último, en la revista "Pumapunku", número 5, páginas 69-83, La Paz, diciembre de 1972.

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Principales publicaciones de Graziano Gasparini sobre arquitectura Tiwanaku e Inka:


1962
Visión arquitectónica de Tiwanaku
Revista Shell, Caracas, N° 44, pp. 11-24


1963
Antes de los incas: Tiwanaku
Universidad Central de Venezuela, Facultad de Arquitectura y Urbanismo, 26 p.


1977
(coautoría: Luise Margolies)
Arquitectura inka
Caracas : Universidad Central de Venezuela. Centro de Investigaciones Históricas y Estéticas, 357 p.


   
    descarga


1980
(coautoría: Luise Margolies)
Inca architecture
Bloomington : Indiana University Press, 350 p.




2015
Elogio de la piedra : lo creativo en la arquitectura Inca
Cusco : Dirección Desconcentrada de Cultura de Cusco, 147 p.