Réplica a Gasparini
Por: Carlos Ponce Sanginés
Director del centro de
Investigaciones Arqueológicas en Tiwanaku
Separata de la revista
“Pumapunku” del Instituto de Cultura Aymara del la H. Municipalidad de La Paz,
correspondiente al N° 5
La Paz – Bolivia
1972
1. El Centro de Investigaciones
Arqueológicas en Tiwanaku
Desde que la
urbe tiwanacota quedara abandonada hacia el año 1200 de nuestra era, ha sufrido
innumerables daños, ocasionados tanto por los elementos naturales cuanto por la
mano del hombre. En la primera mitad del siglo XVII los clérigos españoles
transformaron las ruinas en cantera para la extracción de material lítico
destinado a la construcción de la iglesia del pueblo y otras edificaciones.
Asimismo, ejecutaron calas en búsqueda de tesoros, que afectaron la pirámide de
Akapana y el templo terraplenado de Pumapunku, aunque sin éxito en su
desesperación por áureo metal. Entonces y también durante la república se
transportaron sillares hasta La Paz para ser empleados en San Francisco y la
Catedral. Se sustrajeron piedras para manufacturar muelas de molino y morteros
para chocolate. En 1900, vigente el régimen liberal, albañiles especialmente
contratados desataron un muro bellamente erigido en Akapana y se cortaron los
bloques para incluirlos en varios puentes del ferrocarril Guaqui-La Paz.
Piedras talladas yacen todavía en cimientos de casas, en fachadas y aún en las
veredas de las calles del cantón Tiwanaku.
La devastación fue tan intensa que
en 1910, un arqueólogo desorientado al contemplar escasos vestigios, exclamó
que poco era lo que quedaba visible. A ello hay que sumar los deterioros
causados por gente deshonesta que cavaba con el propósito de proveer a los
coleccionistas y museos del exterior, de ejemplares de cerámica, de metal y líticos
de filiación precolombina. Los repositorios de Praga, de París, de Nueva York,
de Gotemburgo, de Berlín, están repletos de ejemplares procedentes de Bolivia y
exportados en la primera mitad de la vigente centuria.
Para conjurar
panorama tan desolador y deprimente se fundó el 20 de octubre de 1958 el Centro
de Investigaciones Arqueológicas en Tiwanaku (sigla CIAT) que por una parte ha
realizado labor loable en defensa de la riqueza prehispánica y por otra se ha
abocado al estudio concienzudo de la cultura epónima.
El instalar un
instituto estable y fijo anexo a las ruinas, proporcionó la innegable ventaja
de realizar pesquisas arqueológicas sin solución de continuidad y de magnitud incuestionable.
El balance de su actividad desde entonces resulta alentador y francamente
positivo. Demostración patente de que cuando se trabaja con
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patriotismo y
honradez se puede promover obra de relieve con recursos humanos y financieros
netamente nacionales, la cual compite en nivel de calidad con entidades
similares de países desarrollados.
El halo de
misterio que rodeaba a la cultura indígena de Tiwanaku se va disipando poco a
poco. Se ha individualizado una secuencia estratigráfica que comprende cinco
épocas, la más antigua la I y la V más reciente. Asimismo, tres estadios de
desarrollo, el aldeano, el urbano y el imperial. En sus comienzos Tiwanaku
constituyó una pequeña villa, que hacia el primer siglo de nuestra era se
transformó en ciudad. Luego se convirtió en la capital de un inmenso imperio,
como corolario de expansión de tipo militar, el cual contó con extensión
territorial estimada en 600.000 kilómetros cuadrados, abarcando considerable
porción de las actuales repúblicas de Perú, Bolivia y Chile. Hacia 1200 DC
bruscamente se fraccionó el mencionado imperio en una serie de estados
regionales, aunque todavía no se ha precisado la causa de tal disgregación
política, con el correspondiente ocaso metropolitano.
Si se ha
llegado a rastrear con indudable éxito la trayectoria de la cultura de
Tiwanaku, también fue promisor el esfuerzo de estructurar su cronología
absoluta por dataciones radiocarbónicas (isótopo radiactivo del Carbono o
Carbono 14). En base a 33 muestras examinadas por medio de ese arbitrio
cronométrico se ha elucidado la antigüedad. Al respecto se escalonan bien los
promedios extractados: 237 antes de nuestra era para la época I, 43 después de
Cristo para la II, 299 para la III, 667 para la IV y 1050 para la V. La fecha
más remota analizada hasta ahora brindó 1580 AC. Asimismo, se ha aplicado el
método de datación de la obsidiana, que estriba en la mensura microscópica de
la película de hidratación, habiéndose estudiado 414 secciones delgadas, con
guarismos coincidentes con la cronología radiocarbónica. Por último, se han
recogido muestras arqueomagnéticas de arcillas quemadas, para el uso del
procedimiento de magnetismo termo-remanente, aunque en este rubro todavía no se
ha trazado la curva pertinente.
A través de la
fotografía aérea se ha identificado a cabalidad el área que ocupaba la antigua
ciudad precolombina de Tiwanaku, 4.2. kilómetros cuadrados, que equivale a la
mitad de la superficie que cubre Oruro si se quiere formular una comparación
ilustrativa. Las más recientes fotografías aéreas fueron tomadas en julio del
vigente año y no sólo registran el perímetro de la porción propiamente
arqueológica, sino un total de 30 kilómetros cuadrados del valle altiplánico de
Tiwanaku.
Satisfactoria
la localización de la procedencia del material lítico empleado en las
edificaciones prehispánicas y la consecuente identificación de las canteras de
andesita, arenisca y basalto. Proyecto interdisciplinario que reunió a
arqueólogos y geólogos. Las conclusiones consignadas en dos gruesos tomos, con
acogida franca en círculos científicos del exterior.
Un adelanto de
importancia radica en la utilización del protón magnetómetro Elsec, que
mediante la determinación de la intensidad magnética total, permitirá la
prospección de muros y canales hoy en día cubiertos por tierra en la pirámide
de Akapana. Se terminará este trabajo dentro de un trimestre. Las miles de lecturas
obtenidas serán clasificadas por medio de computadora y luego la graficación
concerniente. Es el primer proyecto de tal género en Suraméríca.
El estudio de
la metalurgia tiwanacota ha deparado sorpresas. Se ha dilucidado que el cobre
se fundía ya en la época I y que el bronce se descubrió en la V.
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El análisis con
espectrómetro de emisión ha permitido un conocimiento adecuado del patrón de
impurezas de las piezas cobreñas y el probable sitio de extracción de materia
prima.
Es imposible
aquí enunciar toda la actividad científica del Centro, que tiene genuina
jerarquía intelectual.
2.
Una réplica necesaria
Un italiano
avecindado en Caracas y con humos de historiador de arte colonial, Graziano Gasparini, ha publicado en el
número de "Visión" correspondiente al 7 de octubre un artículo con el
epígrafe de "Los desastres de la
reconstrucción", pletórico de insidia. No persigue abrir un debate en
términos ponderables, dado que el móvil es de índole puramente personal. Rezuma
rencor a todas luces, escudado en aparente tecnicismo. Sucede que en 1966 emití
un informe desfavorable a él, porque había sido propuesto para integrar una
comisión de un organismo internacional como "experto" en turismo, que
significaba la jugosa percepción de 6.000 dólares por la permanencia de un mes
en nuestro país. Esto en atención a que no era especialista en tal materia y
tampoco arqueólogo dedicado a la investigación del período precolombino. Desde
entonces abriga un resentimiento superlativo, fenómeno descrito en magistrales
páginas por Max Scheler como autointoxicación psíquica. "El punto de
partida más importante en la formación del resentimiento es el impulso de
venganza", puntualiza el citado autor, coincidiendo con Federico Nietzsche
que con precedencia enfocó el tema. La intención del artículo se dirige en este
sentido, la búsqueda del desquite a cualquier costo. Pretende en su alicorto
panfleto achicar y echar sombras al trabajo que efectúa el Centro de Investigaciones
Arqueológicas en Tiwanaku, con argumentación completamente deleznable y
endeble, pero en la que hormiguea el gusano del odio alquitarado.
Cabe dejar
claramente sentado que Gasparini no es autoridad en arqueología ni en el
estudio del período precolombino, menos aún de la región andina. Su campo de
acción radica en la historia del arte colonial, de suerte que su opinión carece
de validez en terreno fuera de su competencia específica. La ciencia en el
momento actual exige especialización y quien incursiona en disciplina ajena
impelido por sentimientos distorsionados no cumple la ética del investigador. Y
aquí viene a memoria la frase acuñada por un prestigioso escritor: "La
envidia hace la tarea mayor: desvía intenciones y propósitos, silencia lo
esencial, relieva lo accesorio, busca reducir el diamante a carbón".
Gasparini hoy
en día ataca a machamartillo a quienes trabajan en Teotihuacán en México y en
Machu Pichu en Perú y con desorbitada saña a los que hemos consagrado los
mejores años de nuestra vida a la investigación de la cultura indígena de
Tiwanaku. Olvida, sin rubor alguno, que él mismo escribió en 1962 en el número
44 de la revista "Shell", el siguiente párrafo transcrito
literalmente y que constituye la mejor defensa: "Desde 1957 el gobierno
boliviano creó con gran acierto el Centro de Investigaciones Arqueológicas en
Tiwanaku que con gran entusiasmo dirige el arqueólogo Carlos Ponce Sanginés,
quien con métodos científicos y una experta colaboración de técnicos, va
estableciendo poco a poco la real cronología y la investigación minuciosa de
toda el área". Exponente tangible de lo que puede promover la
reconcentrada inquina, dado que el parágrafo de Gasparini refuta a Gasparini,
destruye su reciente artículo en que quiere forjar una imagen peyorativa,
mostrarnos a guisa de conjunto de salvajes e ignaros, como si hubiera algo
vergon-
— 71 —
zoso e innoble.
Falta tan sólo que solicite mi ajusticiamiento o la reinstalación de la
inquisición para quemarme vivo en la hoguera. Empero, con anterioridad se esmeraba
en prodigarme alabanzas…
Gasparini, con
malicia, omite la enumeración de todo cuanto se ha investigado con éxito en el
plano científico desde que se fundó el CIAT y que se ha registrado en una
decena de libros muy bien recibidos en todos los círculos de arqueólogos de
América Latina. Acaso para evitar la comparación, en atención a que él jamás ha
publicado ningún libro sobre arqueología ni hizo nunca una excavación, ni
siquiera somera. Su minúsculo instituto de Caracas –insisto- se enfrasca en la
órbita del arte colonial, no en lo prehispánico.
El trabajo en
el templo precolombino de Kalasasaya se halla muy avanzado. Falta prácticamente
la excavación del sector NO y de las estructuras del patio interior, así como
la desyerba y la limpieza del piso del terraplén. Se lo ha efectuado con
indudable sacrificio y con recursos económicos reducidos. Sin embargo, conforma
el de mayor magnitud en Suramérica. Se lo empezó en 1965 y puede ser concluido
el primer trimestre de 1973. Esta circunstancia ha desatado multitud de
intereses, tanto en el extranjero como locales, que no descansan en sus
tentativas de paralizar la labor a toda costa y siembran obstáculos
persistentes. Desean que Bolivia no tenga a la vista un templo tiwanacota
realmente imponente, con superficie equivalente a la mitad de la extensión
total de Machu Pichu. Valga la oportuna advertencia. De ahí se explica
plenamente la afirmación de Gasparini, que refleja su venenoso e íntimo deseo
de aniquilación: "Es urgente una intervención oficial a fin de paralizar
esos trabajos"... Lógicamente tan descabellado anhelo merece una sonrisa.
Conviene
plantear previamente un interrogante. Si Gasparini se encuentra tan preocupado
por el patrimonio cultural de Bolivia, ¿por qué no hizo también una declaración
pública condenando el saqueo de cuadros y otros objetos coloniales que se está
operando, ya que el período virreinal es su rama de actividad? ¿Será acaso
porque se ha señalado que en Caracas se localiza el núcleo de "expertos"'
que maneja ese tráfico clandestino? Esta omisión ciertamente induce a serias conjeturas,
ya que cuando menos ese mutismo denotaría encubrimiento.
3.
La entrada de Kalasasaya
Ahora bien,
Gasparini objeta en concreto la restauración de la entrada de Kalasasaya y de
la llamada pared halconera. Se desprende entonces su conformidad con la
ejecutada en el Templete semi-subterráneo, que dígase de paso se la ha realizado
con técnica genuinamente depurada y ejemplar. Asimismo, con todo el resto de la
restauración de Kalasasaya, que se ajusta a los mismos patrones. En vista de la
limitación de espacio, me circunscribo a la exposición del meollo para
justificar ambas restauraciones, ofreciendo para próxima oportunidad
información más extensa.
La escalinata
de acceso al templo terraplenado precolombino de Kalasasaya, situada en el lado
oriental, durante el siglo XIX no se hallaba visible sino bajo tierra. Se
conserva una fotografía de 1896 que demuestra lo anterior. Con ulterioridad, en
1903 la descubrió por casualidad el geólogo Courty en la excavación que practicó
allí. Créqui-Montfort, jefe de la misión francesa a la que pertenecía aquél, estampó
en 1906 corto informe donde anoticiaba el hallazgo, aunque no consignó con
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amplitud los
datos correlativos a la excavación como era menester. Sin embargo, señaló que
la cubría una capa de tierra de 1.50 metros de espesor. Así permaneció
despejada desde entonces.
Tan pronto como
inició sus labores el CIAT se procedió al relevamiento cuidadoso y se registró
en un plano en escala 1/20 todo cuanto concernía a la misma. Se numeró cada una
de las piedras allí yacentes, con un total de 33. Se practicó por añadidura
nivelación instrumental para determinar la exacta altura de las mismas,
inclusive con relación a un bench mark como referencia, del que se conocía con
certeza su altitud sobre el nivel del mar. Se tomó varias fotografías, para completar
la documentación gráfica pertinente. La evidencia comprobó que se trataba de
una escalinata recta de siete peldaños, los dos superiores esculpidos en un
sólo bloque, ubicada entre los pilares P-47 y P-48. En la meseta de ella se apreciaba
con nitidez que una parte estaba afectada fuertemente por el intemperismo y
otra no. La última de contorno regular, con ángulos perceptibles y conformando
figura geométrica. Permitía reconocer que sobre la meseta se había erigido
antaño una sólida construcción de gruesos bloques labrados, los cuales
innegablemente impidieron con su cara inferior el consiguiente desgaste por
acción de los elementos naturales. La porción erosionada por el contrario
denotaba que encima no se había colocado ningún lito y por tanto estaba libre.
Se identificaba con facilidad la planta de una estructura maciza, cuyas
dimensiones se adecuaban perfectamente a un módulo equipolente a 13 cms. de
nuestro sistema y que concordaría con una medida de longitud de la metrología
tiwanacota. La distribución, por consiguiente, de ninguna manera antojadiza,
sino bien planificada. Resaltaba que otrora originalmente existió una portada
monumental con su vano y con sus jambas en retallo. En consecuencia,
irrebatible la planta de la portada y se puede testimoniarla cualquier instante
a través de planos y fotografías.
Negarla entraña una majadería, propia de
quien se cubre los ojos con las anteojeras del encono más inverecundo.
El plano de
Posnansky (cfr. tomo III, fig. 24 de su obra principal), coincide por entero
con el trazado por el CIAT. De manera concomitante el mencionado autor aseguró
en 1945: "Hubo sobre la plataforma una superestructura". "Aún en
la época de la conquista llevaba parte de aquella edificación sobre la
plataforma de la escalera y los bloques que la formaban fueron empleados por el
funesto destructor de aquella época en que se edificó la iglesia del
pueblo". Que tomen nota los panegiristas del colonialismo español.
En 1937 Edmund
Kiss en su libro "Das Sonnentor von Tihuanaku" (fig. 29), apoyándose
en el plano de Posnansky diseñó una restauración ideal de la escalinata,
mostrando la monumental portada, con mínima diferencia con la restauración verificada
por el Centro.
Ahora bien,
para determinar la altura de la portada se contaba como elemento de juicio los
recortes en el tope de los pilares 47 y 48, que posibilitaban el ensamble del
sillar respectivo de la hilada superior de la pared lateral, de la cual también
perduraron señales clarísimas. Era obvio el uso de dintel, más aún si se tiene
en cuenta que el dominicano Lizárraga allá por 1605 contempló puertas con
dintel monolítico en las ruinas de Tiwanaku. La ubicación de éste se corrobora
además por la observación astronómica. Acontece que en los equinoccios (21 de
marzo y 21 de septiembre) el primer rayo de sol al amanecer sale exactamente al
centro de la portada y junto al dintel. Si hubiera error quedaría cubierto
(cfr. fig. 48 de mi reciente libro).
— 73 —
En síntesis, la
restauración de la entrada de Kalasasaya ha sido ejecutada en base a
documentación. Ni arbitraria, ni fantasiosa. Se fundamenta (1) en la planta
cuyos vestigios se perpetuaron de manera indeleble en la meseta de la escalinata;
(2) en el módulo discernible, o sea acondicionado a patrón metrológico bien
establecido; (3) en la altura comprobable por los recortes del tope de los
pilares donde se ensamblaba la pared lateral; (4) en la observación
astronómica; (5) en el dato aportado por un cronista que demuestra la presencia
de dinteles monolíticos. Por tanto, cacarear que es producto del magín sólo
puede hacerlo quien está enceguecido por odio recalcitrante, irritabilidad
ahondada por sus conflictos familiares proclives a comentarios amargos.
Debo declarar
ante la comunidad científica y ante el pueblo boliviano que he trabajado con
seriedad, dedicación y metodología adecuada por la arqueología nacional y en
especial por la conservación y estudio de la cultura de Trwanaku desde 1957. Lo
he hecho con amor, patriotismo y honradez. Calladamente, sin los oropeles de la
propaganda, sin mencionar las numerosas distinciones recibidas del extranjero,
sin reproducir comentarios elogiosos. Luchando con constancia por conseguir
incremento de los escasos recursos financieros asignados y difundiendo los
logros alcanzados por esa estupenda urbe indígena siglos atrás. De ahí que no
será un rufián y sus compinches que me arredren. Tampoco la ingratitud me
amilanará, porque tengo plena conciencia de mis actos en el campo de la
investigación del período precolombino del país. Mi actuación exitosa en
congresos arqueológicos ha demostrado mi aporte, trasuntado en más de una
decena de libros y otras publicaciones menores (cinco premiados con la faja
verde a la mejor producción nacional científica en 1964, 1969, 1970, 1971 y
1972), con vasta circulación internacional. Y si antes no había un instituto
especializado, ahora si lo hay, gracias al esfuerzo de mis colaboradores y al
mío propio. Todos juntos vencimos condiciones duras y con retribuciones
modestísimas; vivimos con humildad, pero con la satisfacción del deber cumplido
con la patria. Entretanto los detractores se enriquecían a manos llenas al
calor de la privanza y a su olfato para los negociados.
Y aquí a
propósito cabe glosar un pensamiento de José Ingenieros: "La dicha de los
inteligentes martiriza a los eunucos vertiendo en su corazón gotas de hiel que
Io amargan por toda la existencia. Las palabras y las muecas del envidioso se pierden
en la ciénaga donde se arrastra, como silbidos de reptiles que saludan el vuelo
sereno del águila que pasa en la altura. Sin oírlos".
4.
La pared balconera
En lo atinente
a la llamada pared balconera (o Chunchukala según la topo-nimia local),
Gasparini con mala fe de inquisidor enreda las cosas. Presume que consistía tan
sólo en un alineamiento de menhires y que todo lo demás es fruto de nuestro
caletre.
Conviene
apuntar que la excavación sistemática practicada en ese sector evidenció la
presencia de un muro pétreo compuesto por diez gigantescos machones (numerados
como P-147 a 138 en el plano), nueve erguidos y uno desplomado (P-139).
Asimismo que los mismos descansaban sobre un zócalo de grandes y pesados
bloques de arenisca roja, dispuestos en sentido horizontal, todos intactos
salvo el que correspondía al pilar caído y que se hallaba quebrado. No se
localizó
— 74 —
cimiento
propiamente dicho, de suerte que los referidos bloques se apoyaban de modo
directo encima del suelo primitivo. Ahora bien, junto a los machones 147, 146 y
143 yacían sillares in situ. Demostración patente de que en el espacio que
mediaba entre uno y otro pilar se dispuso antaño sillares acomodados en hiladas
y trabados valiéndose de cuñas líticas rectangulares introducidas en muescas
labradas ex profeso. Tan ingenioso artificio servía para mantenerlos firmes,
exponente acertado de la tecnología tiwanacota que permitió resolver el
problema con elegancia. Cumple agregar que en sus caras laterales los machones
poseían una especie de ranura o rebajo vertical para el ensamble de la lengüeta
de los sillares que empalmaban. Se puede asegurar que el muro tenía solidez
considerable. Además, en el tope de los pilares se divisa recortes, en donde
encajaban a presión sillares, de modo que las hiladas alcanzaron con seguridad
hasta la indicada altura. Así como perduró parcialmente el paramento exterior,
aconteció algo semejante con el interior.
Se cuenta al
efecto con fehacientes y minuciosos planos en escala 1/20, dibujos y abundantes
fotografías que documentan gráficamente, fuera de las notas de excavación que
conforman el registro escrito. Se puede, por consiguiente, enunciar sin asomo
de duda que la llamada pared balconera fue imponente muro lítico, compuesto por
pilares de andesita negruzca y de hiladas de sillares de andesita de tono claro
en el espacio intermedio entre ellos, percibiéndose un contraste de color, más
vigoroso antaño cuando el intemperismo afectó menos. También confirmada la
presencia del zócalo de litos de arenisca roja.
Era necesaria
la restauración en atención a que siendo el templo de Kalasasaya terraplenado,
la tierra corría el riesgo de ser arrastrada desde la plataforma hacia afuera
por acción pluvial y desmoronarse. Asimismo, si se dejaba los pilares aislados
con sólo la cantidad de sillares que perduraron, corría peligro también la estabilidad
de los mismos. Por último, se posee suficientes elementos de juicio para
conocer con precisión que el muro tenía hiladas de sillares. El material con
que se completó es también andesita y se distingue perfectamente del antiguo
para evitar confusión. En consecuencia, es ingenuo hablar de falsificación. El procedimiento
adoptado usual en cualquier restauración arqueológica. Me remito a la multitud
de edificios prehispánicos restaurados en México y Guatemala. La restauración
es permisible para completar aquello que faltaba a un monumento arqueológico y
sobre el cual se tiene la documentación pertinente que sirve para conocer sus características.
Así conserva su unidad potencial.
No está por
demás asentar que durante la excavación del mencionado sector, se descubrió una
capa de astillas de andesita, que correspondía al momento en que los españoles
convirtieron el muro en una especie de cantera para extraer y cortar material
lítico para sus edificaciones, quizá para la construcción de la iglesia del
pueblo. Los pilares se salvaron por la dificultad que entrañaba trizarlos. Esto
sucedió aproximadamente en la primera mitad del siglo XVII. Varios de los cronistas
coloniales describen con admiración el referido muro, con precedencia a su
devastación. Acerca de las depredaciones hispánicas en Tiwanaku para proveerse
de piedras de las ruinas, es ilustrativo el relato pormenorizado del obispo
Castro y del Castillo (1651).
La diferencia
entre el muro en cuestión y los muros de contención norte, sur y parte del
oeste de Kalasasaya radica en que fue erigido en la época IV de Tiwanaku,
cuando llegó a su apogeo la perfección arquitectónica, en tanto que éstos datan
de la época III en que la ejecución era más tosca.
— 81 —
No se ha
incurrido en ningún despropósito. Tampoco se ha cometido la infracción de
normas convencionales. Empero, se debe acotar que todavía no existe un manual
amplio de restauración arqueológica de edificios precolombinos, con cuerpo de
prescripciones detalladas y exhaustivas. Igualmente, los países latinoamericanos
tampoco han signado oficialmente ningún convenio sobre la materia. Solamente se
cuenta con algunas declaraciones sobre monumentos "históricos" y a nivel
de técnicos, muy elementales y a veces hasta con pasajes confusos. Es obvio que
en tal aspecto no tengo responsabilidad, ya que se trata de un esfuerzo que precisa
el concurso de todos los estudiosos del período prehispánico que moran en el
nuevo continente.
La restauración
arqueológica es todavía un arte, en contraposición con otros capítulos de la
arqueología de cariz íntegramente científico. Hasta ahora funciona en base a la
aceptación de algunas normas a las que se adhieren los interesados; de enunciados
que se cree bien fundados, que en el fondo conducirían a una tesis fáctica y de
lineamiento convencional. Susceptibles los postulados de modificación en
cualquier momento. La restauración es un modelo probable, por consiguiente sujeto
a un grado de credibilidad y a un grado de dudosidad (para utilizar palabras de
Russell). No tiene todavía una teoría de validez universal y queda muchísimo
por elaborar en los aspectos lógico y epistemológico, así como deslindar sus concomitancias
con los juicios de valor. De ahí se desprende que no se ha dicho todo sobre
ella, que deriva en absurdo entenderla como dogma. Es evidente que han variado
conceptos desde los decenios precedentes y que se irán modificando en el
futuro. No se puede negar también la vinculación de los monumentos con la idea
de función social que deben desempeñar, que de seguro se intensificará en el porvenir.
La restauración
conlleva siempre algo de controversial, ya que depende de saber hasta donde
llevarla. "Es más seguro hacer muy poco; el que nada arriesga nada pierde,
pero tampoco gana nada. Estas demasiado tímidas dejan el edificio en tal estado
de ruina, que casi de nada sirven y sólo lo conservan. Hay que recordar que lo
que nos interesa no es una ruina, sino el edificio tal como era en sus buenos
tiempos". "De ahí que la restauración persiga dos fines
fundamentales, además de otros secundarios: conservar el edificio o ciudad para
el futuro; es decir, conservar nuestro patrimonio artístico y permitir al
visitante entenderlo, enseñándoselo lo más parecido posible a lo que fue antes
de su abandono. El arqueólogo tiene la obligación de dejar sus monumentos en
una forma inteligible al visitante no especialista, que incluye desde el
prehistoriador hasta el simple turista". Y estas frases las rubricó un
insigne arqueólogo mexicano, Ignacio Bernal, cuya labor se aprecia en Monte
Albán (Oaxaca).
Cada edificio
prehistórico tiene problemática propia y la restauración por tanto sus
peculiaridades intrínsecas a cada uno. No se puede englobarlos a todos como una
unidad ni pasarlos por el mismo rasero. Tampoco son similares los de data
precolombina y los históricos que pertenecen a la colonia. Las pautas para
ambos no pueden ser asimismo idénticas. De lo expuesto se infiere que se requiere
criterio flexible, no cerrado y enceguecido como el de los inquisidores fanáticos.
Las
observaciones de Gasparini han sido confutadas. Rutinarias y fruto de la
mediocridad y del resentimiento. "Los rutinarios razonan con la lógica de
los de-
— 82 —
más.
Disciplinados por el deseo ajeno, encajónanse en su casillero social como reclutas.
Son dóciles a la presión, maleables bajo el peso de la opinión pública que los
achata como inflexible laminador. Reducidos a vanas sombras, viven del juicio
ajeno; se ignoran a sí mismos, limitándose a creerse como los creen los demás.
Los hombres excelentes, en cambio desdeñan la opinión ajena, en la justa proporción
en que respetan la propia, siempre más severa".
La Paz,
noviembre de '1972.
— 83 —
Nota:
Reproducido de "El Diario" (Suplemento Literario), La Paz, 12 de
noviembre de 1972, páginas 3 y 4. Asimismo en "Los Tiempos",
Cochabamba 26 de noviembre de 1972, Segunda Sección. Por último, en la revista
"Pumapunku", número 5, páginas 69-83, La Paz, diciembre de 1972.
— 83 —
Principales publicaciones de Graziano Gasparini sobre arquitectura Tiwanaku e Inka:
1962
Visión arquitectónica de Tiwanaku
Revista Shell, Caracas, N° 44, pp. 11-24
1963
Antes de los incas: Tiwanaku
Universidad Central de Venezuela, Facultad de Arquitectura y Urbanismo, 26 p.
1977
(coautoría: Luise Margolies)
Arquitectura inka
Caracas : Universidad Central de Venezuela. Centro de Investigaciones Históricas y Estéticas, 357 p.
descarga
1980
(coautoría: Luise Margolies)
Inca architecture
Bloomington : Indiana University Press, 350 p.
2015
Elogio de la piedra : lo creativo en la arquitectura Inca
Cusco : Dirección Desconcentrada de Cultura de Cusco, 147 p.
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