En toda esa primera etapa de la Conquista se
produce el hecho curioso de que la desaparición de la nobleza imperial incaica
era debida exclusivamente a las odiosidades exacerbadas entre sus propios
miembros. A los españoles sólo puede imputárseles así la ejecución, con aparato
seudo legal si se quiere, pero que impide calificarla de asesinato, de
Atahualpa; y la muerte de dos mujeres hijas de Huayna Cápac, Curi Ocllo y
Azarpay, efectuadas ambas en plena acción bélica y por sospecharse que
mantenían tratos con las fuerzas rebeldes de Manco Inca. Hasta la época de
Toledo no podría alegarse sin pecar de la más grande arbitrariedad y falta de
consecuencia histórica que los españoles atentaron contra la nobleza incaica, a
la cual, por el contrario, le guardaban sus prerrogativas. En el caso de Manco
mismo, las protestas del Inca se redujeron a quejarse de que se le quitaran sus
mujeres o se le hicieran algunos agravios, todos los cuales se debieron a los desmanes
de los Pizarro y de sus soldados movidos por la codicia de tesoros o por la
concupiscencia, pero no obedecieron en modo alguno a una política sistemática
de persecución; contra su vida, por ejemplo, en ningún momento se llegó a
atentar. En cambio, aun cuando ya se había acallado el estrépito y las pasiones
de la Conquista y se iban sosegando y aquietando los ánimos de los
conquistadores que olvidaban sus antiguas rencillas, la nobleza incaica
continuaba dividida y seguía germinando el odio entre sus más destacados
representantes. La misma muerte de Sayri Túpac parece envolver una turbia trama
de la nobleza cuzqueña, envidiosa del nuevo protegido de la Corona. En plena época
de Toledo —como veremos— las divisiones de esa nobleza contribuyeron no poco a
favorecer los planes del virrey, el cual no tuvo al principio contra ella la
actitud que más tarde adoptó.
Para la nobleza incaica el gobierno de Toledo
vino a representar ciertamente otro de los fatales momentos de su aciago
destino, pero —como en el caso de las matanzas de Quízquiz— se ha exagerado en
forma excesiva el papel del inflexible virrey como exterminador de los linajes
incaicos. Al estudiar la descendencia de Paullu y enfocar el proceso de los
Incas del Cuzco, tendremos oportunidad de ver que Garcilaso y sus continuadores
presentaron un cuadro de destrucción que distó no poco de la realidad. Del
mismo modo que Sarmiento de Gamboa y los cronistas de la escuela toledana intentaron
demostrar, con la finalidad específica de destruir los rezagos del prestigio
del incario, que ya no quedaban legítimos herederos del trono y que la nobleza superviviente
era escasa y por línea de bastardía, atribuyendo su desaparición a las matanzas
ordenadas por Quízquiz y los quiteños, la escuela garcilasista, por una
impremeditada revancha, acusó a Toledo de haber terminado con los restos de la
nobleza imperial, deduciéndose de sus relatos la total extinción de los linajes
imperiales.
Enfocando los sucesos de la época de Toledo
con imparcial objetividad y reduciéndolos a su verdadera dimensión histórica,
vemos que Toledo terminó en efecto con la línea de Manco, pero sólo por la rama
de Túpac Amaru y aun esa únicamente por varonía porque de ella quedó
descendencia femenina que continuó su linaje. El hijo de Titu Cusi vivió aún
algunos años y murió de muerte natural, en Los Reyes. La rama de Sayri Túpac
subsistió con todo el brillo que le daban sus elevados enroncamientos con
linajudas casas españolas, y la viuda de Sayri Túpac también hija de Manco,
casó de nuevo con el español Juan Fernández Coronel y Sotomayor y dio origen a
una nueva rama de mestizaje noble porque la hija, fruto de este nuevo enlace,
doña Melchora de Sotomayor, contrajo matrimonio con D. Manuel Criado de
Castilla, también del linaje de los Incas.
La descendencia de Paullu también se mantuvo
intangible tanto por la línea legítima como las muchas bastardas, y lo mismo
ocurrió con la de Titu Atauchi, nieto de Huayna Cápac. En cuanto a los mestizos
que integraban el ayllu Tumibamba por vía de sus madres, hijas o nietas de
Huayna Cápac no sufrieron ningún ataque por parte de Toledo. La línea de doña
Beatriz, representada por Juan Sierra, y por los tres hijos de Pedro de
Bustinza; la de Leonor de Tocto Chimbo, cu¬yos vástagos llevaban el apellido de
García Carrillo; la de Juana de Tocto o Marca Chimbo, fruto de las uniones de
la coya con Juan Balsa y con Francisco de Villacastín; la de doña Inés por la
rama de los Ampuero, entre muchas otras, siguieron subsistiendo. Tampoco se
tocó a la descendencia de Atahualpa que —como veremos— estaba aún representada
por algunos aislados miembros.
En cuanto al resto de la nobleza tenemos
pruebas múltiples de su supervivencia después de este nuevo y cruento episodio.
Así vemos que en 1574, la Audiencia de los Reyes dio una previsión a favor de
todos los descendientes por línea recta de Mayta Cápac Yupanqui y Lloque
Yupanqui eximiéndolos de la obligación de tributar, en atención a su calidad y
nobleza. La lista de estos Incas es muy numerosa y en ella figuran los
apellidos Quispe Yupanqui, Sayre, Paucar, Tito, Usca Mayta y otros de la misma
nombradla entre la nobleza cuzqueña. En el mismo año de 1574 aparece don Francisco
Sayre Topa Inga haciendo relación a la Audiencia acerca de que en el Cuzco «hay
muchos nietos y bisnietos de Guaynacapac que viven en ella y se sustentan de algunas
chacras y tierras que les dejaron sus padres» y pidiendo que se respetaran sus
privilegios. En 1579, los indios nobles del Cuzco presentaron también una
información para que se les confirmara en sus privilegios de no prestar
servicios personales ni ser obligados a tributar y allí figuran, sólo en el
Cuzco, 582 Incas nobles y todos jefes de familia.
Naturalmente, estos distintos representantes
de las diferentes estirpes imperiales fueron acrecentando sus respectivos
linajes y, a lo largo de los siglos XVII y XVIII hallamos constantemente
idénticos recursos de indios de nobleza probada y descendientes de los Incas.
Tendremos ocasión así de referimos más adelante a las gestiones de don Juan de
Bustamante Carlos Inca a favor de los vástagos de los Incas; gestiones que
motivaron la Real Cédula dada en el Buen Retiro en 1748 ordenando al virrey del
Perú que informara detalladamente «sobre los descendientes de los Incas que
existen en el Perú» y que alcanzaban por esos años un número bastante elevado(28).
Además, durante esos siglos y aún durante el gobierno de Toledo son
innumerables las peticiones y probanzas presentadas por indios de la nobleza
imperial. Surgen a cada paso en manuscritos, en nobiliarios inéditos y en
expedientes elevados a la Audiencia los apellidos Sayre, Tito Yupanqui,
Ataurimache, Illatopa, Ucho Yupanqui, Inquill Topa, Paucar Inga, Quispe, Núñez
Vela, Criado de Castilla, etc. Podemos así mencionar al ya citado D. Francisco
Sayre Topa Inga, descendiente directo de los Incas que fue nombrado alcalde
mayor y gobernador de las parroquias del Cuzco con 200 pesos de salario por el
propio Toledo después de la ejecución de Túpac Amaru; a don Antonio Túpac Sayre
Huallpa «nieto de Huayna Capac; a D. Salvador y Melchor Ataurimache» asimismo
descendien¬tes directos de ese Inca por la línea de Femando Rucana; a D. Luis
Guarnan Paucar Inga «bisnieto de Huayna Capac; a Bartolomé Quispe noble de la
parroquia de Santa Ana; a Antonio Blas Tuñoque Bemardino Tito Inca; a don Gil
Upa Pilleo; a Juan de Dios Inquill Topa Inca, hijo de Blas Inquil Topa; a
Dionisio Ucho Yupanqui»; etc.; todos los cuales se presentaron en diversas
épocas, invocando sus derechos y los de los demás miembros de sus respectivos
linajes.
El propio Garcilaso de la Vega(29), que dedicó
capítulos especiales a probar la extinción de la nobleza cuzqueña, primero a
mano de Quízquiz y luego —lo que no dejaba de implicar una tácita
contradicción— por Toledo, nos trae la mejor prueba de la supervivencia de esa
misma nobleza. Así en sus Comentarios... declara:
[...] muchos días después de haber dado fin a
este Libro nono, recibí ciertos recaudos del Perú, de los cuales saque el
capítulo que se sigue porque me pareció que convenía a la historia, y asi lo
añadí aquí; de los pocos Incas de la sangre Real que sobraron de las crueldades
y tiranías de Atahuallpa, y de otras que después acá ha habido hay sucesión más
de la que yo pensaba; porque al fin de año de seiscientos tres escribieron todos ellos a don Melchor
Carlos Inca y a don Alonso de Mesa, hijo de Alonso de Mesa, vecino que fue del
Cuzco, y a mí también, pidiéndonos que en nombre de todos ellos suplicásemos a
su majestad se sirviese de mandarlos exentar de los tributos que pagan, y de
otras vejaciones que como los demás indios comunmente padecen.
El mismo Garcilaso cuenta que enviaron su
árbol genealógico pintado en tafetán con las probanzas de sus ascendencias.
Según ese memorial existían en el Cuzco, en ese año de 1603, 40 Incas de la generación
de Manco Cápac, 64 de la Sinchi Roca, 63 de la de Lloque Yupanqui, 56 de la de
Cápac Yupanqui, 35 de la de Mayta Cápac, 50 de la de Inca Roca, 51 de la de
Yahuar Huaca, 69 de la de Viracocha, 99 de la de Pachacútec e Inca Yupanqui o
sea de la Inca Panaca, 18 de la de Túpac Inca Yupanqui y 22 de la de Huayna
Cápac, una de las más diezmadas junto con la de Túpac Inca Yupanqui. En total
sumaban 567 nobles incaicos, «siendo de advertir que todos son descendientes
por línea masculina; que de la femenina, como atrás queda dicho, no hicieron caso
los Incas sino eran hijos de los españoles, conquistadores y ganadores de la
tierra». Bernabé Cobo(30) dice asimismo que don Alonso Tupa Atau, hijo bastardo
de Paullu Inca y muy amigo del cronista, «tratando de los descendientes que han
quedado del linaje de los Incas, me certifico que había dentro del Cuzco como
cuatrocientos varones».
Además de todos estos linajes directamente
descendientes de los incas existía una rama secundaria, no privilegiada ni
legítima, representada por las familias inmediatas de los mismos, muchas de las
cuales eran poseedoras de cacicazgos en el virreinato. Se destacaron entre
ellas la de Baltasar Poma Huaraca, al cual le fue concedido escudo de armas y
de quien descendían los caciques de Canta; la de Vilca Inca Yupanqui; la de
Francisco Atauchi Inca, que mostraron sus adhesiones a los españoles desde el
comienzo de la Conquista; y la de los caciques de Lurín.
Nada más arbitrario, por consiguiente, que las
afirmaciones de Llano Zapata, el cual declaró enfáticamente que en el Perú no
existían descendientes de los incas y que todos los que pretendiesen probar parentesco
con ellos sería por bastardía, pese a lo cual en las adiciones al artículo
preliminar anotaba que esa afirmación había de entenderse con restricciones ya
que en su nota al artículo cinco describía la genealogía de los incas y sus
descendientes, excluyendo de ella a los bastardos.
Cierto es que la casa real y legítima por
línea de varón terminó en realidad con Túpac Amaru y sus dos hijos muertos por
Toledo, y que en la época de Llano Zapata casi no existía familia puramente
incaica originaria de los monarcas del Perú, porque la mayoría —como la rama
femenina descendiente de Túpac Amaru y la de Sayri Túpac— se habían vinculado
con españoles; y también es evidente que el ser noble indio no implicaba
necesariamente ser descendiente de los Incas, y así fueron nobles los caciques
Apoalayas, los Taima Chumbis, Chay Huancas, Chimo Yagas, Tucuris, sin ser
descendientes de la nobleza imperial, pero pese a ello no puede tampoco
aceptarse irrestrictamente la afirmación del polígrafo limeño. Los
descendientes de los Incas, aunque mezclados con españoles, subsistían en ramas
claramente directas y conservaban sus privilegios, sus armas y aun sus
apellidos incaicos. Quedaba aún —como hemos dicho—, entre otras, la
descendencia de Sayri Túpac entroncada con las más rancias familias españolas y
portuguesas, la de Túpac Amaru, la de la hija de Manco, doña María Ussca, la de
Paullu representada por los Sahuaraura, Bustamante y Rivera Concha y también la
que derivaba por vía femenina de los Incas, la cual desde la iniciación de la
Conquista había dado origen al mestizaje que llamamos real.
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27 Jerez, ob. cit., p. 65.
28. «Ejecutoria por donde están libres de tasa
ciertos Ingas de la parroquia de Belén descendientes de MaytaCápac Inga y
Lloque Yupanqui». Cf. Revista de Archivos y Bibliotecas Nacionales, año i, vol.
t, primera entrega. Lima, 30 de septiembre, 1898, p. 101.
Relación hecha por D. Francisco Sayre Topa
Inga y otros. Ms. inédito. Nobiliario incásico 0013, antigua Biblioteca
Nacional de Lima.
Real Cédula dada en el Buen Retiro el 18 de
febrero de 1748 a pedimento de D. Juan de Bustamante Carlos Inca. Ms. Inédito
0010, antigua Biblioteca Nacional de Lima.
Id., Expediente inédito 042, Corte Superior de
Lima Archivo de la Real Audiencia.
29. GAACILASO DE IA VEGA, ob. cit., primera
parte, lib. tx, cap. xxxsx. En el capítulo referente a la descendencia legítima
de Paullu Inca nos referiremos a este memorial de los cuzqueños remitido a D.
Melchor Carlos Inca.
30. COBO, ob. cit., t. m, cap. xx, p. 209.
Contenido del libro
Noticia al lector
Presentación por Carlos Enrique Becerra Palomino y María Rivara de Tuesta
Prólogo, por Raúl Porras Barrenechea
Introducción
Capítulo I
La estirpe de Huayna Cápac
Capítulo II
Paullu Inca
Capítulo III
La descendencia legítima de Paullu Inca
La descendencia de don Carlos Inca
La descendenciabastarda de don Melchor Carlos Inca
Don Felipe Mango Tupa Inga
Capítulo IV
La descendencia bastarda de Paullu Inca
Don Alonso Tupa Atau
Bartolomé Quispi Atauchi - Los Sahuaraura
La descendencia de Paullu Inca en Copacabana
Conclusiones
Listado de referencias bibliográficas
mucho texto
ResponderEliminarpero bueno info sigue haci
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